Mentiras que matan
Aquí estoy, en el lugar donde nos conocimos, con la diferencia que ahora su alma no está a mi lado. Solo veo un cuerpo rígido y pálido; con los ojos y la boca sellados con pegamento. Es ahora cuando entiendo la importancia de su trabajo, pues él no está ni parecido a lo que era antes.
Lo recuerdo como si fuera ayer, me encontraba en la funeraria Quo Vadis, que hasta hoy detallé la ironía en el nombre, el lugar a donde vamos, es cierto y tarde o temprano, jóvenes o viejos terminaremos allí. Me habían dado la noticia del fallecimiento de mi tío Raúl, la verdad me lo esperaba, pues el cáncer lo fue desgastando a pasos enormes. Entré y después de darle el pésame a mi tía y primos me acerqué a la urna, allí estaba mi tío, pero estaba más tierno que nunca, estaba como dormido, con un rostro lleno de profunda paz. Luego fui al cafetín por un té, cuando me encontraba sentada en una de las mesas del local, meditando sobre la fugacidad de la vida llegó él, Gabriel.
Me dijo “Parece un tanto tranquila para estar en un velorio”, yo con una sonrisa le respondí “Es que la verdad, lo veía venir, estaba sufriendo desde hace un año”. Después me contó que él era el preparador de los cadáveres de la funeraria, yo estaba un poco asombrada por un trabajo tan inusual, y le comenté lo bien que vi a mi tío; no sé por qué pero no le dije que era sicóloga y simplemente cambiamos de tema. Me contó que desde pequeño le llamaba la atención las cosas del más allá. De hecho me contó una serie de eventos sobrenaturales en su vida, como apariciones y cosas que se movían solas. Yo no le creía, pensaba que solo quería divertirme con cuentos fantásticos, hablamos por dos horas, y quedamos en vernos al día siguiente, en un café cerca de mi casa.
Ese día por la noche, no podía dejar de pensar en él, y me reía al pensar que los venezolanos podemos ser tan sociables como para conocer la vida del otro en dos horas, y además terminar flechados con un simple encuentro. Al día siguiente nos vimos en el lugar previsto, la pasamos excelente, y continuamos saliendo las semanas posteriores.
Un día en mi casa, después de contarle a mi mejor amiga mi situación amorosa con Gabriel, me quedé pensando. Ella me dijo que él era un poco extraño, pues las apariciones espirituales eran algo cotidiano en su vida. Yo nunca tomé en serio el asunto, pues pensaba que era broma, pero ya que ella me lo decía, era cierto, y aunque no acostumbro a usar mi profesión en mi vida personal, ésta vez lo hice. Investigué qué era lo que podría tener Gabriel, pues la verdad no creía que fuera algo sobrenatural.
Después de una semana estudiando el tema, y analizando sus síntomas, la única enfermedad que se asemejaba era la esquizofrenia. En el libro recomendaban unas pastillas de nombre Invega, la cual lograba controlar las alucinaciones, pero tenían efectos secundarios como insomnio, dolores de cabeza y trastornos del movimiento. Decidí pensarlo bien, pues Gabriel estaba seguro de que sus alucinaciones eran reales, y además no sabía que yo era sicóloga. Tendría que ser a escondidas, cuidando bien que las consecuencias de las tabletas no le ocasionaran daños.
En la semana siguiente nos vimos y Gabriel me preguntó sobre mi profesión, no sabía qué hacer, la situación de su enfermedad era delicada, y además iba a pensar que le escondí todo ese tiempo que era sicóloga, por querer experimentar con él mis conocimientos. Entonces le mentí, ahora sé que hice mal, y le dije que era publicista, después todo transcurrió normal, los días pasaban, y yo no me decidía.
Un día me invitó a una cena en el restaurante más romántico de la ciudad, y me propuso matrimonio, estaba tan emocionada que nunca pasó por mi mente la situación de su enfermedad. Acepté y decidimos casarnos al mes siguiente.
Nos casamos y con el tiempo las visiones no cesaron, cada día me contaba sus anécdotas espirituales. Yo cuidaba que no descubriera que salía diariamente a mi consultorio, y le dije que me habían contratado en una clínica siquiátrica, en el sector publicitario. Entonces decidí empezar el tratamiento con las pastillas. Todo marchaba bien, le comenté que tenía una amiga que era médico, y que ella tenía unas vitaminas importadas que eran excelentes para el rejuvenecimiento, pero ocasionaban unos efectos secundarios.
Él las empezó a tomar sin problemas, pensé que no podría pasar nada malo, iba a ser solo por unos meses y además el no era una persona curiosa, por lo tanto nunca averiguaría sobre las pastillas, y menos de mi profesión. Le dije que no podría manejar mientras que las tomaba, y que tendría que tomar otras pastillas para poder dormir.
Yo pensaba que todo iba bien, que él acataba perfectamente mis indicaciones, hasta que un día salió al trabajo, yo creía que siempre lo hacía en metro. Pero por la tarde me llamaron al consultorio, era un policía, y me dijo “Señora, buenas tardes ¿es usted la esposa del señor Gabriel Romero?”, ante mi respuesta afirmativa él me contestó “Lo lamento, él ha tenido un accidente automovilístico, chocó muy fuerte contra un árbol y acaba de morir”. No supe qué decir, pregunté dónde estaba y fui al instante al lugar.
En el camino solo pensaba en las pastillas, en las mentiras y llorando recordaba su rostro. Pero todo era por su bien, solo quería que se curara, entonces el sentimiento de culpa iba desapareciendo.
Después me encuentro aquí, en el lugar donde nos conocimos, pero ahora él estaba muerto. Fui al cafetín y lo vi, pensé que tanto llorar me había ocasionado imaginarme cosas. Pero no, era él, me miró sonriente y al acercarse me dijo al oído, “Yo sé que no me creías, pero igual te quiero y te perdono”. Yo quedé fría, por unos instantes me negué a aceptar que era cierto, el sentimiento de culpa me inundó, si tan solo le hubiera creído, pero ya lo que había hecho estaba en el pasado, ahora comenzaría una nueva vida.
Comentarios
Publicar un comentario
¿Te gustó el contenido?, ¡comparte tu opinión!